Curtis Peter van Gorder Emily Nash es una norteamericana que emplea el arte y el teatro como terapia. Asistí a un seminario suyo en el que relató su experiencia en un centro de tratamiento de niños y jóvenes afectados por diversos traumas. Los muchachos que asistían a su clase muchas veces se mostraban belicosos, propensos a conductas destructivas y a infligirse daño a sí mismos. Eran además incapaces de confiar en la gente mayor y en sus mismos compañeros. Casi todos tenían un historial de graves abusos y abandono emocional. Por norma manifestaban una actitud negativa en clase, lo que se reflejaba en su lenguaje soez y sus gestos groseros. Sentados en círculo, tal como se suelen hacer las terapias grupales, algunos expresaban su agresividad con afirmaciones por el estilo de: «Detesto estar aquí», o: «¡No soporto esto!» -Muy bien -dijo Emily-; pero ¿por qué? Y le pidió a cada uno una respuesta. -¡No hay respeto! -¡Estos estúpidos se ríen de mí! -¡Nadie me escucha! -¡Demasiadas peleas! Después de escuchar sus motivos, Emily explicó: -Yo interpreto que lo que ustedes detestan no es esta clase, sino vivir en un lugar en el que las personas desconfían, se pelean, no se respetan y se burlan de los que no les caen bien. Todos asintieron como diciendo: «¡Por fin alguien nos presta atención!» -¿Qué tal -planteó ella- si creáramos un ambiente en el que se sintieran respetados, un pequeño mundo en el que sus necesidades estuvieran satisfechas y se sintieran seguros? ¿Cómo sería ese mundo? ¡Creémoslo juntos! Eso estimuló la imaginación de los muchachos. -¡Llamémoslo Parkville! -propuso uno. A todos les gustó la idea. El proyecto Parkville cobró fuerza y duró seis meses. La clase confeccionó un cartel que rezaba: «¡Bienvenido a Parkville, donde todas tus necesidades están cubiertas!» Dibujaron un mapa de suciudad en el que incluyeron sitios de interés que reflejaban lo que querían para su localidad. Eligieron a algunos de los chicos para desempeñar diversas funciones en la ciudad: el alcalde, el rector del colegio, el director de la academia de arte, el dueño y chef del restaurante, el gerente de la tienda de videos, etc. Organizaron eventos especiales. Buscaron soluciones a los problemas de la ciudad en reuniones del consejo municipal. Todos dijeron que les encantaría vivir en un lugar así. Muchas expresivas obras artísticas nacieron de la concepción de aquella idílica ciudad imaginaria. El primer paso fue lograr que los jóvenes se abrieran y participaran. Para ello Emily les hacía preguntas y escuchaba atenta y respetuosamente sus respuestas, aunque al principio fueran bastante negativas. El siguiente paso fue estimularlos a canalizar sus energías en proyectos constructivos que despertaran su interés. Emily explica el éxito de Parkville: El proyecto dio a aquellos jóvenes ocasión de experimentar la vida en una colectividad que funcionaba. Para muchos, esa era la primera vez que hacían algo así. Y valió la pena, aunque solo fuera durante su permanencia en el centro. Crearon un entorno solidario en el que podían expresar sus necesidades y en el que los demás prestaban atención y actuaban en consecuencia, una ciudad edificada sobre la base del respeto y la concordia, un mundo de oportunidades. En ese juego de roles descubrieron que podían ser ciudadanos de bien y hacer un aporte a la sociedad. Se relajaron las limitaciones que ellos mismos se imponían y cultivaron nuevos talentos y aptitudes. Un joven que tenía una conducta muy destructiva se convirtió en un referente, un padre cariñoso y una persona muy valiosa para la comunidad. Hoy en día se emplean diversos métodos para formar y orientar a los jóvenes apelando a sus intereses; por ejemplo, programas deportivos, arteterapia, dramaterapia y trabajos colectivos. Gracias a estas actividades, los jóvenes adquieren destrezas que les servirán toda la vida y un concepto positivo de sí mismos. Cuando los ayudamos a definir sus objetivos y superar los obstáculos con que se topan, contribuimos a que se desarrollen plenamente. Curtis Peter van Gorder es integrante de La Familia Internacional en Oriente Medio. Emily Nash es terapeuta y está afiliada a The ArtReach Foundation, organización que capacita a docentes de zonas afectadas por la guerra y las catástrofes naturales en el empleo de terapias de creación y expresión artística. Articulo gentileza de la revista Conectate.
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Petra Laila Ahora que Chris, mi hijo mayor, tiene 13 años, he descubierto que tengo que cambiar mi estilo de comunicarme con él. Ya no es el niño de hace unos pocos años. De golpe está más alto que yo. ¡Cómo ha pasado el tiempo! Si parece que apenas ayer era un inquieto chiquillo de dos años que se metía en todo. Yo instintivamente -me imagino que eso les sucede a muchos padres- tiendo a pensar que sé lo que más conviene a mis hijos, y baso mis actos en ese suposición. Eso estaba bien cuando Chris era pequeño; pero ahora que ha llegado a una etapa en que quiere reafirmar su identidad y tomar más sus propias decisiones, veo que tengo que adoptar otra táctica y darle más participación en las mismas, es decir, tratarlo menos como a un niño y más como a un compañero de equipo. Ahora, cuando surge una situación conflictiva, cobra más importancia que nunca tomarme tiempo para escuchar su parecer y entender su punto de vista y sus necesidades, además de explicar las mías. Juntos tratamos de encontrar entonces una solución que resulte satisfactoria para ambos y para cualquier otra persona afectada. Cuando caigo en mi vieja costumbre de imponerle mi parecer sin considerar su perspectiva, el chico se siente sofocado, se retrae y lo privo de una oportunidad de aprender. Por mi parte, yo pierdo su apoyo y su deseo de colaborar. En cambio, cuando me acuerdo de consultar con él en vez de darle órdenes, todo resulta mejor. El muchacho progresa un poquito más en el proceso de aprender a tomar decisiones atinadas, maduras y amorosas, y nuestros vínculos de amor y respeto mutuo se ven fortalecidos. *** Se puede establecer una analogía entre el acróbata que se desplaza sobre una cuerda floja a gran altura y la transición entre la niñez y la edad adulta. En esas circunstancias, los adolescentes necesitan una compañía, un sostén, un modelo claro de conducta, que puede ser uno de los padres u otra persona de su entorno a la que respeten. Cuando mis cuatro primeros hijos desembarcaron en la adolescencia, yo procuré aconsejarlos y orientarlos. No obstante, dejaba que, en definitiva, ellos decidieran lo que iban a hacer. Muchas veces pretendían que su madre o yo decidiéramos por ellos, para eludir toda responsabilidad en caso de que las cosas no salieran bien. Yo me limitaba a decirles: «No me pregunten a mí. Ustedes saben discernir entre lo que está bien y lo que está mal. ¿Qué creen ustedes que sería correcto?» Después se alegraban de que hubiéramos dejado la decisión en manos de ellos; sabían que así tenía que ser. Además, ese gesto les demostraba que los respetábamos y les teníamos confianza, algo muy importante a esa edad. - D. B. Berg Tomado de la revista Conectate. Usado con permiso. En compañía de mi hijo Chris, de cinco años, hice un viaje a la aldea de Sintet, en Gambia, donde un grupo de voluntarios de La Familia Internacional colabora en la construcción de una escuela. Hasta entonces había disfrutado de los emocionantes relatos de mis compañeros de misión cada vez que volvían de allí. Así que cuando me enteré de que un pequeño grupo tenía que hacer un viaje de un día y medio a la aldea, decidí no dejar pasar la oportunidad. Durante la mayor parte del trayecto no oí otra cosa que la emocionada voz de Chris: —¿Qué es eso? ¡Mira, mami! ¿Puedes tomarme una foto encima del termitero? La temporada de lluvias apenas empezaba a teñir de un verde exuberante el árido paisaje del África Occidental. El panorama que se extendía delante de nosotros era de una belleza cautivadora, una combinación de suaves colinas, arrozales, cocoteros y lagunas. Los campesinos labraban tranquilamente la tierra. Por el camino saboreamos una deliciosa comida típica y exploramos un espeso pantano lleno de grandes termiteros y gigantescos baobabs cuyos troncos eran más anchos que nuestro vehículo. Al acercarnos a Sintet por un camino de tierra bordeado de anacardos, divisamos una gran multitud reunida en torno a la escuela. Dos compañeros nuestros habían llegado antes que nosotros y ya estaban enfrascados en la tarea de dirigir la construcción. Los niños de la aldea se arremolinaron en torno a nuestro jeep y nos regalaron sus blancas sonrisas. En cuanto Chris se bajó, los chiquillos lo rodearon y lo ayudaron a aclimatarse. Los niños del lugar estaban jugando con autitos hechos de botellas de plástico recortadas, suelas de chancletas y palos. Con su ayuda, Chris enseguida se hizo uno y se puso a empujarlo por encima de hormigueros y charcos. Un montón de niñitos iba tras él. Por carecer la aldea de electricidad, la mayoría de la gente se acuesta al caer la noche. Nosotros hicimos lo propio en nuestra carpa bajo el cielo estrellado. El segundo día en Sintet fue tan entretenido como el primero. Preparé los materiales para la clase matutina que iba a dar a los niños, y mi papá me ayudó a buscar un lugar tranquilo donde impartirla, junto a un baobab. Cantamos algunas canciones y luego les conté el relato de la creación valiéndome de figuras de tela que iba colocando sobre un tablero forrado con franela. Para ellos eso era alta tecnología. Finalmente repasé con ellos algunos temas académicos. Chris se desempeñó muy bien como mi asistente. Luego los niños nos llevaron a unas praderas donde nos mostraron unos monos enormes en pleno juego y una impresionante serpiente que colgaba de una rama muy alta de un árbol. También nos convidaron a una fruta que nunca habíamos visto y que llaman tao. Tiene forma de media luna y es amarilla y roja. Para hacerse con la fruta, los niños trepaban a unos árboles grandes y sacudían las ramas más altas. Cuando estaban por empezar, uno de los niños me dijo: «Tenemos que apartarnos. La fruta nos va a caer encima». ¡Y tenía razón! Empezó a llover fruta por todas partes. Algunos de los chiquilines se quedaron con Chris y conmigo hasta el final de nuestra visita. Al principio muchos se mostraban bastante hoscos por las penurias que pasan a diario. Pero a medida que los fuimos conociendo nos dimos cuenta de que tras su aparente insensibilidad se esconde un corazón muy tierno y ávido de amor. Chris y yo les dedicamos toda la atención que pudimos. Algunos hasta empezaron a decirme mamá; era su peculiar forma de agradecer el cariño que les demostrábamos. Para mí eso fue tan gratificante como ver los progresos que se hacían en la construcción de la escuela. La visita se nos hizo cortísima. En un abrir y cerrar de ojos estábamos nuevamente en casa. Mi viaje a Sintet con Chris fue una experiencia cultural como ninguna otra que haya tenido. Lo que le dio un carácter distinto a esta visita fue que compartí la experiencia con mi hijo. Aprendimos mucho juntos y tuvimos vivencias que la mayoría de la gente apenas conoce por los libros de texto o por la televisión. Sin embargo, no hace falta viajar a una remota aldea africana para vivir una auténtica experiencia cultural ni para tender una mano a quienes padecen necesidad. Hoy en día están en todas partes. La mayoría de las ciudades modernas constituyen crisoles étnicos en los que todos tienen algo único que aportar. Lo único que hace falta para cultivar nuevas amistades es una pizca de iniciativa. Y con un poco de amor e interés se pueden amalgamar todos esos mundos. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Photo © 123rf.com Extraído de un artículo escrito por Maria Fontaine
Una parte de ayudar a sus hijos a crecer y madurar es enseñarles a escoger bien en diversas situaciones y permitirles situaciones y experiencias con las que cobren vida las lecciones. Cuanto antes les enseñen a discernir y a decidir bien ellos mismos, más a salvo estarán y mejor preparados para las decisiones que solo ellos pueden tomar. Un ejemplo práctico de esto se puede dar si tienen piscina. Puede que haga falta una cerca alrededor para evitar accidentes, pero también querrán enseñar a sus hijos a nadar, y con el tiempo ayudarlos a ser buenos nadadores. La valla es la protección inicial, pero al enseñarles a nadar los preparan para desenvolverse sin riesgos en el agua. Estas lecciones de vida que no se pueden enseñar solamente en clase. Se aprenden con el tiempo, y exigen mucha comunicación, debate y experiencias para que los hijos entiendan y maduren en esos aspectos. Pero esas experiencias y enseñanzas los volverán más prudentes, fuertes, equilibrados, maduros, sagaces y comprensivos, y los equiparán mejor para la vida. La experiencia es buena para sus hijos y los prepara para la vida, si los ayudan a aprender de ella. ¿Qué significa preparar a los hijos para la vida? Significa ponerse a pensar en cómo ayudarlos a avanzar por las etapas naturales de crecimiento y desarrollo, conscientes y enterados de lo que pasan sus compañeros, y prepararlos para cuando tengan que encarar situaciones parecidas. Significa enseñarles a ser valientes en las dificultades y a encarar situaciones nuevas de forma responsable y con confianza. Significa que les enseñen a discernir el bien y el mal y a comportarse con integridad, autodisciplina, convicción, amor, tolerancia y fortaleza de carácter. Esas son lecciones de vida que imparten a sus hijos porque son componentes de buen carácter que conformarán la brújula moral de sus hijos para la vida. Esas lecciones de formación del carácter les vendrán muy bien durante toda la vida, y los padres son los instructores clave para educar a sus hijos de esa forma, ya que al transmitirles sus convicciones y valores los ayudan a encontrar el rumbo debido para su vida. Vale la pena esforzarse para enseñarles a abrirse camino entre los aspectos negativos y cuestionables de la sociedad, a discernir con exactitud el bien del mal, y a fundamentar sus decisiones y actos en una ética y una perspectiva cristianas. Los hijos en la actualidad enfrentan muchas influencias y las enfrentarán mucho más a lo largo de su vida. Les convendría tomarse un tiempo para descubrir a qué se enfrentan sus hijos sin que ustedes lo sepan. Podrían hablar con otras personas con las que se relacionen sus hijos y pedirles su opinión. Estar preparados es mucho mejor que llevarse una sorpresa desagradable, y si dedican tiempo a ello, piensan las posibilidades y las conversan, pueden estar mejor preparados para las diversas situaciones con que se puedan ver o se estén viendo ya sus hijos. Es natural que a veces los hijos tomen decisiones no muy buenas o erróneas, porque están experimentando y aprendiendo a aplicar la formación que les han dado. Por eso, si ustedes participan activamente en su vida cuando ellos se topen con influencias diversas, y cumplen así su deber de aconsejarlos cuando tengan dudas y ayudarlos a determinar cómo pueden tomar buenas decisiones, les brindan una preparación constante. Es enseñarles a vivir a diario la teoría de su formación. Concéntrense en ayudarlos a cultivar convicciones, enseñarles a decidir bien ante la presión social o si están en situaciones difíciles y abrir vías de comunicación para que ustedes puedan orientarlos a fin de que superen lo que vayan encontrando. Family Education y The National Association for the Education of Young Children Nuevos descubrimientos sobre el desarrollo del cerebro afirman lo que muchos padres y cuidadores sabían desde hace años. Hay tres factores: 1) buen cuidado prenatal, 2) relaciones afectuosas entre niños pequeños y adultos y 3) estimulación positiva a partir del nacimiento influyen para toda la vida en el desarrollo del niño. ¿Alguna vez mira a un bebé y se pregunta qué estará pensando? En el cerebro ocurre mucho más de lo que se creía. Según las más recientes investigaciones, este órgano bulle de actividad ya antes de nacer. Cuando nace, el cerebro del niño alberga 100.000 millones de neuronas o células nerviosas. De inmediato, se establecen sinapsis o conexiones entre estas mientras el bebé experimenta lo que le rodea y establece una relación con las personas que lo cuidan. Esa red de neuronas y sinapsis regula funciones diversas, como la vista, el oído y el movimiento. Si el cerebro del niño no se estimula desde el nacimiento, esas sinapsis no se desarrollan, con lo que se dificulta su capacidad para aprender y desarrollarse. El impacto de los factores ambientales en el desarrollo del niño pequeño es espectacular y preciso. No solo influye en la dirección general del desarrollo, sino que afecta las conexiones de los complejos circuitos del cerebro humano. La manera en que se desarrolla y aprende el ser humano depende de forma crítica en todo momento de la relación entre la herencia genética y la nutrición, el ambiente, la atención, la estimulación y la enseñanza que se le dé o deje de dar. Una atención afectuosa y entusiasta en los comienzos es decisiva para que el desarrollo del niño sea óptimo y sano. ¿Qué significa esto para los padres? Ponga en práctica estas cuatro ideas que lo ayudarán a velar por el desarrollo sano del cerebro de su hijo y su estabilidad emocional en los años venideros. 1. Sea afectuoso, cariñoso y entusiasta. Los estudios revelan que los niños que son objeto de atenciones entusiastas como tocarlos, mecerlos, hablarles y sonreírles, soportan mejor de mayores las épocas difíciles. También se llevan mejor con otros niños y se desempeñan mejor en el colegio que los que no tienen relaciones tan estrechas. 2. Hable, lea y cante a su hijo. La comunicación le proporciona una base firme para su aprendizaje futuro. Hable y cante de lo que pasa cada día. Lea cuentos de manera que anime a los mayores y los pequeñines a participar respondiendo preguntas, señalando fotos o dibujos en un libro o repitiendo poemas y refranes. 3. Estimule la exploración segura y el juego. Aunque muchos pensamos que el aprendizaje consiste simplemente en adquirir conocimientos, los niños aprenden jugando. Los bloques, dibujos, rompecabezas y juegos de actuación ayudan a los niños a desarrollar la curiosidad, la confianza en sí mismos, las aptitudes idiomáticas y la capacidad para resolver problemas. Que su propio hijo elija muchas de las actividades en que participe. Si se aleja o se muestra desinteresado, deje de lado esa actividad. Espere a que le interese de nuevo más adelante. 4. Aproveche la disciplina como una oportunidad de enseñar. Es normal que los niños pongan a prueba las reglas y actúen impulsivamente algunas veces. Más que castigarlos, los padres tienen que poner límites que ayuden a aprender a los niños. Por ejemplo, dígale a su hijo cuál es el comportamiento aceptable y hágalo de manera positiva. Diga: «Mantén los pies en el piso», en vez de: «¡Quita los pies de la silla!» Los niños necesitan -y aprecian- un patrón de conducta claramente definido. En muchos casos, el mal comportamiento es uno de los medios de que se vale el niño para exigir que se le indique el camino. A continuación reproducimos algunos métodos básicos de probada eficacia:
1. Establecer límites bien definidos Hay que dejar claramente sentado lo que se les permite hacer a los niños en casa y fijar castigos razonables por incumplir esas pautas. Aunque no se pueda intervenir mucho en lo que sucede fuera de casa, se pueden fijar normas de comportamiento aceptables dentro del hogar. 2. Crear una comunicación franca y sincera con los hijos Cuando existe una comunicación abierta entre padres e hijos hay más posibilidades de saber lo que hacen cuando están fuera. Lo ideal es que se sientan con confianza para contar cualquier cosa. Aunque no siempre se esté de acuerdo con ellos ni se les permita hacer todo lo que quieran, deberían confiar con toda tranquilidad en los padres. El secreto para establecer esa comunicación es aprender a escuchar. Uno de los mejores regalos que se pueden hacer a los hijos es demostrar un sincero interés en lo que les sucede, prestándoles toda la atención siempre que haga falta. Al escucharlos concentradamente les estamos diciendo que queremos entenderlos y ayudarlos, que consideramos que vale la pena escucharlos, que queremos que sepan que tenemos fe en ellos y que siempre pueden contarnos sus cosas porque los amamos. Hazles preguntas. Eso no sólo da resultado con los niños, sino con cualquiera. Al hacerles preguntas los ayudas a abrirse y les demuestras que te interesas y preocupas por ellos. Hay que motivarlos a hablar, y cuando ellos hacen preguntas, hay que tener cuidado para no filosofar demasiado ni pontificar, ni aparentar ser algo que no se es. No pierdas la sencillez. Trátalos con amor y comprensión. Y evita darles consejos que tú no aplicarías. Conviene aprender a dar los consejos y respuestas de la forma que les resulte más fácil aceptarlos. 3. Buscar un término medio entre lo permitido y lo prohibido Ayuda mucho pedir a Dios que nos ilumine para determinar qué actividades son inocuas, cuáles hay que vigilar y limitar, y cuáles es necesario prohibir. Es menester buscar un término medio en cuanto a lo que se les permite hacer a los hijos, sobre todo cuando están fuera de casa. Es posible que no se consiga nada prohibiéndole totalmente cierta actividad a un niño mayor o un adolescente; eso podría motivarlo a rebelarse y hacerla a hurtadillas. Tal vez sea más conveniente acordar unos límites razonables con él y hacerlos valer. 4. No escandalizarse demasiado por las apariencias No hay que asustarse de un comportamiento que, aunque se salga de la norma, no sea necesariamente malo o perjudicial. Si nos mostramos tolerantes con cosas que quizás no sean de nuestro gusto pero en esencia sean inocuas, es muy probable que los hijos nos obedezcan cuando nos plantemos firmes con otras que estén mal. Aunque no nos guste la forma en que se viste nuestra hija de doce años, para ella esa no es la cuestión de fondo. Lo importante para ella es contar con la aceptación de los de su edad. Viene bien pedirle a Dios que nos ayude a ver más allá de las apariencias y nos dé paciencia y autocontrol para dejar pasar asuntos de relativamente poca monta. 5. Permitir cierto grado de experimentación No toda la experimentación es mala; cumple una función importante en el proceso de maduración. No conviene tomárselo a la tremenda cuando los hijos mayores dicen o hacen cosas que nos parezcan impensables. Muchas veces se empeñan en escandalizar por puro gusto, para tomar el pelo. Si les demostramos que somos capaces de reaccionar sin alarmarnos, muchas cuestiones se resolverán por sí solas. 6. Hacerles saber a los hijos que uno los ama incondicionalmente Un niño cuya necesidad de amor y atención está satisfecha en casa suele comportarse mucho mejor. Es preciso garantizar a los hijos que se los seguirá queriendo hagan lo que hagan y que siempre pueden contar con nosotros. Parte de ese cariño consiste en no dejarles hacer cosas que sabemos que son perjudiciales, pero dándoles al mismo tiempo la seguridad de que nunca dejaremos de quererlos. Cuando nos ponen a prueba y descubren que nuestro amor por ellos no mengua aunque nos contraríen, se sienten más seguros. Así es más probable que la próxima vez se planten firmes ante las presiones sociales negativas y tomen buenas decisiones. 7. Aceptar a las amistades de los hijos Si te ganas el respeto y la amistad de los amigos de tus hijos, es posible que se aficionen a juntarse en tu casa. Tal vez se incrementen el nivel de ruido y el gasto en alimentación, pero al menos tendrás paz sabiendo dónde están tus hijos y en qué andan. Si en general aceptas a sus amigos, cuando tengas que poner límites a su relación con alguno que tenga mala influencia en ellos, se mostrarán más dispuestos a acceder a tus deseos. 8. Minimizar las influencias malsanas Mientras tus hijos sean pequeños y seas tú quien tiene en la mano el control remoto, escoge para ellos películas, programas de TV, música y juegos de computadora que sean sanos. Es posible que más tarde se rebelen o se sientan atraídos por otros menos sanos, pero al menos les habrás dado un buen cimiento. Se debe hablar de esas actividades recreativas con los hijos mayores y, en tanto que sea posible, tomar decisiones conjuntas. Si entienden y respetan los motivos por los que se les prohíben ciertas cosas, es más probable que los respeten cuando no estemos presentes. Lógicamente, es importante proporcionarles actividades alternativas que sean entretenidas y a la vez edificantes. 9. Enseñarles a tener convicciones firmes Para plantarse firmes ante las influencias negativas y las presiones sociales, los hijos tienen que saber explicar y defender lo que creen, lo que consideran correcto o aceptable y por qué lo es. Aunque no siempre coincidan en todo con nosotros, si entienden nuestra postura con relación a ciertos asuntos y ven que tenemos convicciones, tenderán más a ir contra la corriente de la presión social negativa. Además les ayudará a explicar nuestras creencias a sus amigos. Es de esperar que los hijos no siempre obren con acierto en las situaciones difíciles, pero se los debe elogiar cuando muestren la convicción para hacerlo. Hay que hacerles saber que se entiende lo difícil que resulta y se está orgulloso de ellos. 10. Enseñarles a ser considerados El ejemplo de amabilidad y consideración que se les dé es muy importante. La forma en que tratamos a los demás, sobre todo a los hijos, influye mucho en la forma en que ellos tratan a terceros. Conviene que analices cómo te diriges a ellos. Pregúntate: «¿Cómo me sentiría si alguien me tratara o se dirigiera a mí de la forma en que yo lo estoy haciendo con mi hijo en este momento? ¿Tengo en cuenta la forma en que me dirijo a otros delante de él o donde pueda escucharme? ¿Me río de él o hago chistes acerca de él que podrían humillarlo?» Los niños suelen discutir mucho entre ellos. Se contradicen, ridiculizan y critican unos a otros. A veces discuten por discutir o tratan de demostrar su superioridad humillándose mutuamente. Es importante enseñarles que no está bien considerarse superiores a los demás. Si no se los instruye y corrige, los niños pueden ser muy hirientes con personas que tienen impedimentos físicos notorios, sobre todo otros niños. Es muy importante que aprendan desde pequeños qué cosas no hay que decir y en qué casos es preferible hacer caso omiso del defecto. Hay que enseñar a los hijos a tratar a los demás como les gustaría que los trataran a ellos si padecieran el mismo problema o se vieran en la misma situación embarazosa. En general, cuando un niño se da cuenta de que sus actos duellen a los demás, tiene más cuidado con lo que dice y hace y los trata con más consideración. Extraído de "La Formación de los Niños", escrito por Derek y Michelle Brooks. © Producciones Aurora. Usado Con Permiso. Rut Cortejos
A todos nos gusta que nuestros hijos gocen de la simpatía de otros niños y se lleven bien con ellos. A mí me pasaba eso cuando mi hija mayor, Danae, empezó a jugar con otros niños. Procuré enseñarle a relacionarse amorosamente con ellos, y en general le fue muy bien. Se hacía amiga de otros niños, no peleaba, era considerada y servicial, y hasta me dejaba a mí jugar con los demás niños. La mayor prueba fue enseñarle a compartir sus juguetes. Invitábamos a otros niños de su edad a jugar con ella en casa para darle más ocasión de ejercitarse en ese aspecto. Ese pequeño paso fue la clave para que Danae descubriera que es divertido compartir con los demás. Resultó que yo misma tenía un trecho que recorrer en ese mismo sentido. Una tarde Danae había invitado a una amiguita, Natalie, a jugar con ella. Natalie era una de las amiguitas que venía a jugar con ella más seguido, y su juego predilecto era una baraja infantil de naipes con ilustraciones de vivos colores. Aunque las dos eran muy pequeñas para entender todas las reglas del juego, les gustaba mirar los dibujos y descubrir cuáles eran iguales. Esa noche, después que Natalie se fue, Danae me dijo: Mamá, quiero darle estas cartas a Natalie. Son las que más le gustan. Me mostró tres o cuatro cartas de la baraja. Le expliqué que prefería que no las regalara porque el juego iba a quedar incompleto; pero ella insistía. ¡Es que quiero que sean de ella! Una vez más intenté explicárselo: Danae, estas cartas forman parte del juego. Si se las das a Natalie, ya no las tendremos, y el juego quedará incompleto. No importa, mamá. Tengo las otras. Pensé que a lo mejor no entendía que cuando se regala algo, se hace de forma permanente. Amplié, pues, mi explicación. Si le das esas cartas a Natalie, mañana no puedes pedirle que te las devuelva. Una vez que se las regales serán de ella. De golpe se dibujó una expresión de preocupación en su rostro. Por un momento pensé que finalmente lo había entendido. Entonces me sonrió y me dijo: Está bien. Quiero dárselas de todos modos. ¿Qué podía decirle? Me senté un momento y oré. Entonces vi la luz. Llevaba tiempo tratando de enseñarle a compartir, y ahora que ella había decidido aplicar ese principio fundamental, yo misma pretendía impedírselo. «¿Qué estoy haciendo?», pensé. Estaba a punto de cometer un error muy estúpido. ¿Qué más daba que nuestra baraja quedara incompleta? En todo caso podíamos conseguir otra. Lo importante era que mi hija estaba experimentando la alegría de dar, que estaba pensando en los demás en vez de centrarse en sí misma y que deseaba hacer feliz a su amiga. ¿No es eso lo principal en la vida? Mi hija me transmitió ese día una importante enseñanza sobre la cual aún rindo examen periódicamente. Ahora tengo tres hijos, y cada tanto uno de ellos me viene con un juguete o peluche que quiere regalar a uno de sus amigos. Lo primero que pienso es: «¿Cómo hago para convencerlo de lo contrario?» Pero cuando me pongo a reflexionar, siempre llego a la misma conclusión: los hijos son para toda la vida; las cosas materiales no. Los valores que inculque hoy a mis hijos serán una piedra más sobre la cual estará cimentada su personalidad el día de mañana. Tomado del revista Conectate. Usado con permiso. María Fontaine
Una cosa que los niños hacen continuamente es discutir entre sí. Muchas veces es más bien contradecirse, casi por el gusto de llevar la contraria. En muchos casos lo hacen para demostrar su superioridad, para que se vea que el otro está equivocado y quedar ellos bien. Los niños caen en eso prácticamente a cada momento. Por eso es preciso enseñarles que está mal creerse superiores y rebajar a los demás. Puede que en algunos casos tengan razón: a lo mejor su punto de vista es acertado. Generalmente se enzarzan en una discusión porque creen que tienen razón. El caso es que, tengan razón o no, deben aprender que está mal discutir. Es importante que los niños aprendan a ponerse en el lugar de los demás. Pregúntale a tu hijo: “¿Cómo te sentirías si respondieras mal a una pregunta o dijeras algo equivocado, y alguien soltara: “¡Qué tontería! ¿Cómo puedes ser tan idiota? Pues así se sienten tus hermanos o tus amigo cuando los contradices o les señalas sus faltas.” Conviene ilustrarles con un ejemplo cómo hacen que se sientan los demás. Una vez que se dan cuenta del efecto que tienen sus palabras en las personas que los rodean, la mayoría procuran ser más cuidadosos con lo que dicen y la forma en que lo expresan. Se les puede explicar: «Cada vez que haces eso de rebajar a un amigo para quedar tú mejor, lo dejas en ridículo. Así sólo conseguirás perder amigos». O: «Piensa en lo mal que se siente tu hermanita cuando haces eso. No tendrá ganas de volver a abrir la boca. Lo peor es que le das a entender que no la quieres, pues no te importa herir sus sentimientos». Es preciso que las personas mayores nos esforcemos por no caer en lo mismo. Y también debemos hacerles ver a los chicos que el no hacer eso es una forma de manifestar amor, de ser considerados con sus amigos y con los niños pequeños. El amor no humilla ni avergüenza, sino que levanta el ánimo y hace que la gente se sienta bien por dentro. En cambio, contradiciendo y discutiendo ponemos en evidencia a los demás o les hacemos sentirse inferiores. A veces los chicos no se dan cuenta de eso hasta que les sucede a ellos. Asi y todo, les cuesta entender que los demás se puedan sentiré igual de mal en esa situación. Si las personas mayores tenemos tendencia a contradecir automáticamente a los demás, señalar sus errores y ponernos a discutir —todos lo hacemos—, no podemos recriminar a los chicos cuando caen en lo mismo. Lo que sí podemos hacer es esmerarnos por darles mejor ejemplo y enseñarles a conducirse con más amor y consideración en ese aspecto. Es notable la diferencia entre los niños que discuten, pelean, riñen y se contradicen, y los que se quieren de verdad, colaboran unos con otros y se relacionan armoniosamente. Por supuesto, el amor y la consideración tienen muchas facetas más. No deja de ser un tema bien complejo. Lo que está claro es que es uno de los principios más importantes que podemos enseñar a nuestros hijos: los que de pequeños no aprenden a ser amorosos y considerados de palabra y de hecho, de mayores conservan la costumbre de discutir y contradecir. Si queremos que nuestros hijos tengan éxito en la vida, nada reviste más importancia que enseñarles a conducirse con amor. Enseñando Consideración – Recursos Cuentos para niños: El Cachorro Scott Arturo el Inseguro Guarda tu Lengua Videos: Nos Llevemos Bien Los Ciegos y el Elefante Natalia Nazarova
Criar hijos no es nada fácil. No hay atajos. El cambiante mar de emociones en que navegan los niños en las diversas etapas de la infancia puede presentar grandes desafíos a los padres. A continuación detallo algunas estrategias que me han resultado útiles para enseñar a mis hijos a manejar sus emociones negativas. Estimular a temprana edad rasgos positivos como la bondad, el aprecio, la gratitud, la integridad y la generosidad los prepara para hacer frente a las situaciones adversas con las que se toparán más adelante. Es recomendable que lean libros o vean películas clásicas que muestren el buen efecto de ser optimistas y tener una actitud orientada a la búsqueda de soluciones. Títulos por el estilo de El padrecito, Pollyanna o Heidi -por dar algunos ejemplos- imparten enseñanzas importantes de forma amena y memorable. Ser su amigo y confidente en los buenos momentos hace que resulte más fácil conversar y encontrar soluciones juntos cuando surgen conflictos. A los niños mayores se les puede mostrar que nada sacan con sucumbir a emociones negativas. Conviene contrapesar los argumentos racionales con bastantes palabras de aliento y un toque de humor cuando la situación lo amerite. Siempre que advierto tendencias negativas en mis hijos empiezo por preguntarme si son un reflejo de algo que ven en mí. En caso afirmativo, lo conversamos desde esa perspectiva y convenimos en solucionarlo juntos. Por ejemplo, yo soy propensa al estrés, que puede derivar en pesimismo. El hecho de explicárselo a ellos ha contribuido a evitar situaciones problemáticas. Ahora los niños entienden que quedarse levantados hasta muy tarde o no asear sus cuartos genera una reacción negativa en mí. Eso los motiva a cooperar más conmigo en los momentos críticos. Cuando me siento abrumada, me detengo y hago una oración. Eso tiene al menos cuatro efectos positivos: Reduce mi frustración, me ayuda a ver las cosas objetivamente, le concede a Dios la oportunidad de sacarme del enredo en que estoy y les enseña a mis hijos a manejar situaciones de crisis. Mi marido y yo procuramos no apresurarnos a dar a los niños soluciones para las dificultades y contrariedades que les causan disgusto. Más bien los ayudamos a determinar qué es lo que les ha causado molestia y a buscar sus propias soluciones. Los juegos que enseñan a resolver problemas también son muy útiles. La mayoría de las situaciones adversas tienen también su lado bueno. Cuando los niños se desaniman o adoptan una perspectiva pesimista sobre algo que les sucedió, procuremos dirigir sus pensamientos hacia los aspectos positivos. Ese ejercicio también es mucho más eficaz si los niños llegan por sí mismos a las conclusiones acertadas en lugar de presentárselas nosotros. Tomado del Conéctate. Usado con permiso. |
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